La oración es ese lugar y ese tiempo de nuestra vida que se torna completamente disponible para el “encuentro”, transparente para la mirada de Dios, dócil para Su acción; y, a la vez es “lugar y tiempo” de escucha y búsqueda que nos permite constantemente renacer a nuestra vocación.
De ahí que la verdadera oración sea,siempre y necesariamente, adoración. Es decir, disposición a reconocer la presencia del Dios infinito en lo finito. Tal y como lo hemos recibido de santa Rafaela, nos habla de un modo de estar en el mundo. ¿Cómo? Descubriendo la presencia adorable de Dios en todas las cosas: en la Palabra, en el hermano, en el pobre, en la comunidad, en la creación, en la historia… invitándonos a ser en el mundo buscadores y buscadoras de la presencia adorable en cada acontecimiento, haciéndonos cauces de Su vida y Su fuerza reparadora, especialmente allí donde parece más difícil, donde “en apariencia” no hay más que ausencia de Dios.
Orar adorando es asumir el riesgo de reconocerle, de exponernos, de dejarnos cambiar a su imagen, de que Él imprima en nosotros la del su cuerpo entregado.
Orar adorando significa descubrir la presencia adorable de Dios en el mundo, es reconocer quien es Dios, y es nuestra gran escuela donde aprendemos a dar la vida contemplando a Jesús eucaristía.
Cf. Nurya M. Gayol